El Festival Internacional de Ópera Alejandro Granda, desde su primera edición, se ha caracterizado por traer elencos de calidad para sus espectáculos líricos; no obstante, este año superaron su propia valla y presentaron un Don Carlo de alto nivel que ha dejado huella en los asistentes a estas funciones y en la historia de la cultura peruana.
Uno de los grandes enigmas de la historia del siglo XVI es la llamada ‘leyenda negra’ que rodea al infante Carlos y a Felipe II de Habsburgo, su padre y rey de España. Si bien es cierto la vida de ambos personajes y el contexto en el que vivieron, lleno de conflictos políticos y religiosos es más complejo de lo que se presenta en la tragedia de Schiller y, por consecuencia, en la obra de Verdi, ambos artistas mostraron su concepción de los hechos y, por qué no decirlo, especularon -con las ventajas que le da la ficción- sobre la muerte del que pudo ser sucesor de Felipe. De hecho el genio de Busetto deja el final abierto sobre lo que sucede con Carlo, comparándolo principalmente con la tragedia que escribió el dramaturgo alemán.
Tratando propiamente la obra, Don Carlo es una de las óperas más densas y ‘oscuras’ del compositor, sin que esto desluzca la maravilla de su música vocal y orquestal, en la que Verdi, como siempre, sabe armar completamente el perfil de cada uno de los seis personajes principales.
Vale indicar que también es uno de los trabajos verdianos con más versiones, tanto antes del estreno en la primera versión de 5 actos Ópera de París en 1867 como en la italiana de cuatro actos revisada y estrenada en La Scala de Milán en 1884. Esta última versión fue presentada en el Festival que se comenta aquí.
Además, los cambios no se dieron únicamente en el tema de cortes de la ópera por cuestiones de tiempo, sino que, por ejemplo, Eboli fue planteada incialmente para la contralto Rosine Bloch, hasta que por unos cambios tuvo que transponer la línea vocal del personaje para que pueda ser cantado por una soprano de gran extensión como Pauline Guéymard-Lauters, quien fue además la primera Leonora en la versión francesa de Il Trovatore, de ahí la gran dificultad del personaje para las mezzosopranos actuales.
Por todo esto, conseguir un elenco adecuado y parejo, así como construir una producción que evite el tedio en el nuevo espectador es reto de toda compañía que asuma realizarla, y el Festival Granda ha demostrado el valor para hacerla. Sobre todo en un país en el que se está retomando después de muchos años una afición a la lírica y que además está ganando nuevos adeptos, sobre todo jóvenes, que necesitan escuchar, ver y sentir la ópera.
La última función de Don Carlo, realizada el domingo pasado,fue un éxito completo y no me refiero al teatro lleno ni a la respuesta del público -que eso lo trataré luego-, sino a la calidad de trabajo realizado por los artistas. Así, el Festival de Ópera Alejandro Granda reunió a Giuseppe Filianoti, Radostina Nikolaeva, Daniela Barcellona, Ildar Abdrazakov, Marco Caria y Marco Spotti, todos ellos dirigidos por el maestroEugene Kohn.
En esta presentación, Filianoti ofreció el Carlo romántico y rebelde que plantea Verdi en su personaje. Con un agradable fraseo, el tenor aprovecha el único momento que tiene solo con el público para demostrar toda su capacidad y su canto ‘a la italiana’, que tanto gusta a los aficionados.
Por su parte, Radostina Nikolaeva logra demostrar con su interpretación vocal lo compleja que resulta Elisabetta, una heroína verdiana que por cumplir con su pueblo es capaz de sacrificar el amor. Y es que la soprano búlgara marca muy bien los acentos e intenciones, por ejemplo, en el encuentro con Carlos en la segunda escena del primer acto, en que rechaza la nueva declaración de amor del príncipe hacia ella y, aunque por un momento parece conmoverse ante la desesperación de su antiguo prometido, retoma su dureza.
Su momento más intenso, como era de esperarse, fue el inicio del último acto con su aria Tu che le vanita, en la que canta una conmovedora plegaria y recuerda su amor por el hijo de Felipe II y, nuevamente, demuestra la capacidad para cumplir como reina y como esposa, más que como mujer enamorada.
De todos, Ildar Abdrazakov fue el punto más alto de este Festival. Apoyado en la dirección escénica del argentinoAlejandro Chacón, el bajo ruso logró una adecuada interpretación vocal y actoral del rey Felipe II, el padre del infante Carlos. Para el cantante, las presentaciones de esta ópera en nuestra ciudad significaron su debut con el personaje mencionado y no solo vale decir que cumplió su trabajo, sino que superó las expectativas.
Abdrazakov logra encarnar a un Rey duro ante el pueblo para luego, en la intimidad, expresar sus sentimientos más profundos, su frustración como padre y como esposo, sus debilidades humanas que hacen de Felipe II un personaje solo, abatido e incluso monstruoso, al planear la muerte de su hijo. Así, su primera aparición en la ópera (Perché qui sola è la Regina?) es ya una especie de demostración de lo déspota que podía ser frente a los demás, mientras que en su aria Ella giammai m’amò!, el bajo matiza su interpretación entre el delirio y el fracaso.
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Daniela Barcellona también fue otra cantante que debutó un nuevo personaje en este festival: la Princesa de Éboli. Un rol que, por lo explicado anteriormente, solo asumen algunas valientes mezzosopranos y otras quizá un tanto atrevidas que lo intentan pero no lo logran a cabalidad. Barcellona hace una Éboli más que destacable, aunque su primera aparición es un poco tosca si la comparamos con otras mezzosopranos que aprovechan ese momento para demostrar su agilidad vocal.
Sus intervenciones sucesivas son mucho mejores, sobre todo en el terceto en el que demuestra una furia comparable quizá a la de la celosa Amneris (en Aída, del mismo compositor). Por último, cierra su participación en la ópera satisfactoriamente con una gran interpretación de O don fatale, en la que a pesar del esfuerzo que demanda este momento es capaz de marcar con claridad la intención de estas tres partes: su arrepentimiento por haber traicionado a la Reina (Ahimè! Più non vedrò, mo, più mai la Regina!), el rechazo por su frivolidad y belleza (primera parte de su aria) y el gran final en el que descubre que Carlos está sentenciado a muerte y se promete ayudarlo.
Marco Caria, por su parte, interpretó a Rodrigo, mejor amigo de Carlo. El barítono italiano cantó con mucha elegancia sus páginas, pero también sabiendo en qué momento romper la belleza de su canto para marcar ciertas intenciones, como sucede en el dueto con Felipe. Una correcta interpretación de Rodrigo (o Posa) es de suma importancia ya que este rol sirve de nexo entre los demás personajes para que pueda tejerse la historia. Habría que seguirle los pasos para conocer más y ver el desarrollo de este joven cantante italiano.
Finalmente, Marco Spotti logró hacer un Gran Inquisidor tirano, valga la redundancia, que cumplió con las profundidades vocales y oscuridad que le exige Verdi al personaje. El bajo aprovechó muy bien su momento con Filippo II al punto de ser ovacionado al final de la ópera.
Los personajes secundarios cumplieron acertadamentelogrando ensamblarse con los protagonistas, como en el caso de Rosa Parodi (Tebaldo) en su intervención con Daniela Barcellona (Eboli).
Destacable la participación del Coro Nacional del Perú con sus correctas interpretaciones, sobre todo en el Auto de Fe, gran final del acto II, y en la escena de la insurrección.
Correctísima la dirección del maestro Eugene Kohn, quien logró resaltar con la orquesta los matices tan ricos de esta ópera verdiana y también aprovechó para que los pocos momentos instrumentales de esta obra sean realmente una delicia para el oído.
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Mención aparte requiere la producción de la Ópera de Colombia traída este año para el Festival Granda que mezcló una escenografía no muy tradicional, pero efectiva, creada porNicolás Boni y la dirección escénica de Alejandro Chacón, que mantuvo completamente la atención en los espectadores e incluso haciendo entendible ciertos momentos de la obra que no se ven en otras puestas en escena y quedan a interpretación del público. Adecuada la iluminación de Caetano Vilela aunque pudo ajustarse en ciertas partes de la obra en que la oscuridad, sumada al denso humo que soltaban por momentos impedían la visibilidad.
Y el público tuvo la reacción natural que tendría un gran grupo de espectadores en Nueva York, MIlán u otra ciudad con cultura operística, pero en miniatura: ovación total en la noche final del Festival Granda y diez minutos de aplausos para todos al culminar la ópera.
Era de esperarse: una producción de tan alto nivel, como nos tiene acostumbrado el equipo del Festival Granda que, según algunos aficionados asistentes, no se ha visto en 50 años en Lima. De hecho, este evento ha marcado un hito y una valla para bien de nuestra cultura lírica nacional. Estamos convencidos de que este será un referente y un reto a superar en las próximas ediciones. Por ahora solo queda agradecer el habernos dado la oportunidad de tener en Lima un espectáculo tan bien logrado. Gracias, Festival Granda.